¡Crack!

¡Crack!

Dicho pensamiento te hace gracia. Los imaginas explotando del culo. La imagen grotesca de la sangre y la mierda volando por el aire es más divertida que repulsiva. Ríes y ríes y ríes. Es una felicidad de la que te sentías incapaz, pero ahora, en medio de la batalla, te invade esa sensación de tranquilidad cálida. Te acomodas y quedas sentado con la espalda recargada en la puerta.