En el balcón suizo
Salió al balcón a fumar su cigarrillo como lo hacía habitualmente. Era un día soleado y despejado, inusual en el lugar donde vivía.
Ella volteó y vio a aquel vecino que siempre observaba cuando salía al balcón. Y pensó: ¡Ay, no! ¡Otra vez este vecino que seguramente es el típico suizo que por hobby vigila a los otros vecinos y transeúntes! Antes de que hiciera un gesto de desaprobación se volvió y, dándole la espalda, prendió su cigarrillo. Mientras fumaba, experimentaba la sensación de sentir esa mirada insistente, e involuntariamente volteó de nuevo y vio cómo aquel hombre daba una fumada larga y profunda a su puro, a la vez que le brindó una mirada penetrante.
Incrédula y nerviosa, mientras fumaba, revisaba si algo estaba sucio o roto. Cualquier cosa que pudiera dar pie a alguna queja. Todo parecía estar bien. Entonces, ¿qué será?, se preguntó. Ella se dio cuenta de que había salido al balcón con ese vestido corto de seda que utilizaba a menudo cuando iba a la playa, dejando ver sus torneadas piernas y profundo décolleté; un tanto desconcertada, prendió el segundo cigarrillo, y mientras observaba, empezó a recordar la primera vez que lo vio.
Fue aquel día, cuando se preguntó quién podría ser el dueño de esa camioneta blanca marca Lobo, la misma marca de camioneta que tenía un tío y que usaba en el rancho cuando ella era pequeña y le traía hermosos recuerdos.
Aquella tarde pasó la camioneta de lado mientras ella caminaba. Lo alcanzó mientras él se estacionaba. Se vieron a los ojos dándose el saludo local: Grüezi, y ambos sonrieron. Él era un hombre de piel canela y cabello oscuro, un hombre de montaña, de complexión media, fuerte y apuesto. Ella, una mujer frágil y delicada, de piel blanca y cabello negro.
No pudo evitar sonreír al recordar lo que le inspiró ese hombre al principio, arrepentida ahora de haberlo considerado como los vecinos de la región. Se volvió y encontró su mirada. Al mismo tiempo, alzaron los brazos y se saludaron; apagó su cigarrillo y se metió a su casa.
Sin importar la hora que ella salía a fumar, él salía a fumar su puro.
Hasta que un día, escuchó las sirenas de una patrulla. Dejando a un lado sus deberes, salió al balcón y se dio cuenta de que unos policías esposaban a aquel hombre. A ella le pareció ver que él volteaba a mirarla. Sorprendida, nunca imaginó que aquel vecino se viera envuelto en un acto criminal.
De ahora en adelante saldría a fumar sin aquella presencia, sin aquellas penetrantes e insistentes miradas que le habían causado cierto rubor.
Nació en Cuernavaca y estudió negocios en Monterrey. Apasionada por las letras escribe cuentos.