Una sociedad inmutable, bienaventurada y despreocupada de las dolencias del hombre, casi nunca tiene otros objetivos que no sean la placidez de sus vidas y el goce que se merece su sociedad privilegiada, aun cuando el costo a pagar implique desconocer la verdad, replicar la mentira, recrear fantasías estériles o evitar la tragedia cotidiana; todos estos artilugios se aceptan como un precio justo por conservar su malicia humana y su maldad divina.

Es domingo por la mañana, la ciudad comienza a despertar. Es una zona tranquila de la ciudad donde la gente suele socializar sin límites; personas educadas acostumbradas a disfrutar las noches con vino tinto hasta altas horas de la madrugada; en las casas se disfruta una copa después de la cena, y muy frecuentemente se endulzan más la vida con los excesos. La mayoría de los residentes burgueses y obesos poco o nada se preocupan por las consecuencias de sus actos. La gente no madruga en domingo, eso es para los otros que van a misa regularmente, también para los que no nacieron con tanta suerte como para disfrutar los fines de semana soleados de los suburbios, es casi como sucede en cualquier otro lugar del mundo cosmopolita.

Lily despierta ligeramente sobresaltada por las campanas de la iglesia que está a unos metros de casa. No ha descansado bien los últimos días. El clonazepam parece ya no ser suficiente y sus ojos con pereza apenas logran percibir la luz que entra por las ventanas de su habitación. Es habitual en su egoísmo no tener compañía humana, dormir sola es parte de la terapia para abatir el apego con sus antiguos amores. Sólo su gato Frank la molesta, como todos los días, le hace cariños mientras ronronea con impaciencia para que se levante y le arroje algunas migajas de pan de mora mientras desayuna, una rutina que inconscientemente Lily ha convertido en su vida.

Frank es un gato como todos. Igual que los humanos es un gato parrandero, sale todas las noches a vagar hasta la madrugada y vuelve a casa al amanecer para poder comer; despierta a su mascota humana y cuándo ella sale de casa con cualquier motivo es que entonces duerme todo el día.

Apabullada todavía por las campanas se acomoda en la orilla del colchón, busca las pantuflas mientras Frank le lame los dedos gordos de sus pies descuidados, arrancándole pequeñas sonrisas y suspiros. Es indudable que encuentra cierto placer en la lengua del gato. Las paredes están decoradas con copias bien hechas de Gauguin, están ahí para alegrarle el día y recordarle lo importante que es el buen gusto, aunque tiene mucho tiempo que esa habitación y su exquisita decoración no la presume a alguien que no sea su gato o sus novios imaginarios. Sus días de conquistas gloriosas ya pasaron, su juventud se fue y como la mayoría de las personas de su edad se ha vuelto solitaria y un tanto mezquina, pero… ¿Qué importa todo ello si la vida se trata de vivir bien y tranquila? Despertar con su gato mientras le besa los pies por la mañana es suficiente para ser feliz. Desde hace un tiempo se ha convencido a sí misma de que esa es la vida plena que tanto soñó, un autoengaño para dizque ser feliz.

Se pone de pie frente a la puerta que conduce al baño. Camina cerrando los ojos. Con el paso de los años ha memorizado los espacios de la casa, los conoce al milímetro. Frank la sigue aún lamiendo sus pies mientras comienza a maullar, Lily agranda la sonrisa en su cara. Abre la puerta del baño y en medio del sopor matutino ahuyenta a Frank con los pies para que no estorbe mientras se relaja y juguetea como todas las mañanas.

En el baño su rutina comienza de lo más normal: se quita la ropa que usa para dormir, su ropa interior es pequeña, ridícula y extravagante, la usa, aunque sin motivo. A su edad cada parte de su cuerpo permanece todavía en su lugar y le gusta consentirse, usa cosas y artilugios con los que se admira en el espejo. Desparrama por el piso la lencería, se acomoda con las piernas arqueadas y la redondez de su cadera frente a la taza para sentarse. Se deja caer sin preocupaciones, libera plácidamente sus esfínteres, mientras sus fluidos rompen contra el agua, el sonido le acaricia los oídos. Siente frío en las nalgas y las piernas, pero es normal dada la época del año, es de lo más placentero estar ahí sin que nadie importune lo que tiene que hacer. Cuando termina, se asea con delicadeza dispuesta a acariciarse una que otra vez solo para sentir lo que es estar viva, pero la idea no es tan poderosa ni la necesidad es la de antes y muy pronto lo olvida.

Su piel tersa se deja relucir bajo el domo traslucido de la regadera. Toca sus senos blandos y sus pezones firmes se empapan de sueños de domingo por la mañana. A su mente viene una vieja canción que le evoca sus pasadas aventuras nocturnas por los cafés de la ciudad, canta dulcemente ese extraño jazz que reside en su memoria, con los ojos cerrados imagina una escena fantástica donde está sentada a la orilla de un río caudaloso, arremolinada sobre su hombre, siempre bajo la noche estrellada de Van Gogh. El agua tibia comienza a correr, cierra la cortinilla de la regadera. Humedece su cabello, levanta la cara para sentir el beso del agua en sus labios, arquea la espalda dispuesta a mojarse, se pierde por instantes en pensamientos absurdos y recuerdos sin ningún sentido. Parece que bebió de más la noche anterior porque no puede recordar con claridad dónde ha estado. El clonazepam y el alcohol no son tan buenos compañeros después de todo.

De pronto, sin pensarlo abre la boca y con la punta de la lengua acaricia sus labios y comisuras, acerca suavemente sus manos a la cara, comienza a lamer entre sus dedos, las yemas de los dedos y palmas. Con los ojos totalmente abiertos se mira en el espejo de la regadera, comienza a restregar sus manos contra la cara y detrás de las orejas para volver a lamer la piel de sus palmas de nuevo. Es un lapso extraño hasta para ella; lame sus manos y las restriega por los senos, el vientre y las piernas.

Un ruido se oye afuera, una descarga eléctrica. Algo hizo tierra desde la pared hasta el piso de la habitación. Frank maúlla desesperado. Lily apenas lo escucha despierta de su transe. Desconcertada cierra la llave del agua y cubre su cuerpo, teme que alguien haya entrado a la casa, parece poco probable pero, jura que algo ha sucedido afuera. De una repisa del baño toma una botella de vino que usa como florero, ahora es su única arma. Se coloca de espaldas contra la puerta intentado escuchar… Algo se arrastra por el piso de madera tras la puerta. Oye la voz de un hombre que se queja, el intruso se ha caído al irrumpir en su casa y está herido. Lily mira por la rendija bajo la puerta y percibe las sombras de alguien que se pone de pie lentamente. Por su espalda resbala lentamente sudor frío que se mezcla con el agua de la ducha, hay temor, asombro y una rara sensación de excitación. Piensa en gritar, pero no puede ni hablar, o ha olvidado cómo hacerlo.

El intruso balbucea cosas ininteligibles. Lily corre hacia la ventana del baño, trepa en el excusado y se encarama en el marco de la ventana, pero no es posible salir por ahí ni pedir ayuda. La ventana no tiene forma de abrirse y es opaca, da al jardín de la casa. Vive sola y alejada de las otras casas al rededor, es imposible escapar por ahí y nadie va a escuchar sus gritos. Entiende que tiene que enfrentar al intruso, debe aprovechar que ella es fuerte y él otro parece débil tras la puerta. Toma nuevamente la botella y algo de alcohol en un atomizador del botiquín del baño.

Sin hacer ruido, con pasos ligeros, se coloca frente a la puerta, se inclina y coloca su oreja contra la madera para adivinar la posición de aquel hombre. Abre de pronto. El hombre está desnudo sentado en su cama, se encuentra como ido de la realidad, ni siquiera nota que ella ha salido del baño dispuesta a todo. Lily se abalanza contra él, le ataca los ojos con el alcohol que lleva consigo; el hombre grita mientras se cubre la cara y rueda por el piso por el ardor. Lily pregunta titubeante y asustada cómo ha entrado en su casa. Comienza a patearle las costillas mientras él permanece en el piso quejándose lastimosamente. Ella, en su intento por defenderse del hombre que ha irrumpido en su hogar, le rompe la botella en la cabeza cortándole el cuero cabelludo. El hombre además de gritar comienza a sangrar por todo el piso de madera.

Lily grita pidiendo ayuda con todas sus fuerzas mientras el hombre poco a poco comienza a recuperarse. Está desnuda a mitad de su habitación defendiéndose de alguien que parece tan indefenso como ella. Lily apenas nota que los músculos y piel del hombre están expuestos. En el pecho y espalda comienzan a aparecer los moretones de los golpes que ella le ha dado, por un instante el hombre deja ver sus genitales y Lily se horroriza al verlos. En la esquina de la habitación hay un banco de madera; dispuesta a defenderse hasta el final, levanta el banco para descargar todo su miedo y coraje en la cabeza de aquel hombre. En el momento de asestar el golpe fulminante él la mira de reojo y le toma la mano con fuerza para defenderse, con la otra mano cubre su rostro para evitar cualquier mal golpe que sea de gravedad. Aún así, el banco de madera le golpea la ceja izquierda y nuevamente cae al piso de rodillas con el ojo ensangrentado. Lily intenta escapar, pero la tienen bien sujeta, Lily tira golpes con lo que puede sobre la humanidad del otro. Él está sangrante, el intruso nuevamente balbucea cosas.

Cuando parece que está por liberarse, el hombre logra ponerse de pie. Su estatura es notoriamente mayor, su fuerza es mayor, y con sus brazos largos la aprisiona por la espalda a la altura de sus senos. Está ciego y sangra sobre el hombro de Lily mientras ella grita. Él le ordena que se calme, le dice que no quiere hacerle daño, pero que lo hará si ella lo obliga. Lily se defiende con tanta fuerza que logra soltarse un poco y el hombre, de un solo movimiento, evita que escape empujándola violentamente, con fuerza la cabeza de Lily impacta contra la pared y después cae pesadamente contra el piso de madera. Lily se arrastra lentamente, sangra también de la cabeza, está casi a punto de alcanzar la puerta que conduce al pasillo cuando el hombre toma el banco de madera que antes iba a destrozarle el cráneo y lo deja caer contundentemente sobre la cabeza de ella, Lily se queda en el piso, inmóvil, como muerta.

Han pasado muchas horas y la tarde comienza a ceder, los rayos del sol dan paso a la suave penumbra previa a la noche. Después de lo ocurrido la apacible habitación se ha convertido en campamento del desastre. Yace Lily atada al pie de su cama, sangrando por nariz y boca, y la madera del piso está cubierta con sangre mezclada y coagulada de ambos. Ella, apenas respira y el hombre extraño está sentado en aquel banco de madera frente a ella. Maltrecho la observa, con impaciencia, como queriendo explicar algo que no acaba de entender. Ambos siguen desnudos, cubiertos de moretones y raspones. Las manos y el rostro de ambos están manchadas de sangre seca.

De a poco Lily recobra el conocimiento. Las campanas del barrio comienzan a sonar nuevamente y eso termina por hacer que Lily vuelva a su realidad. “¿Qué habrá pasado?”, se pregunta esperando que todo haya sido un mal sueño, pero el dolor en su cabeza y el ardor en el cuerpo le avisan que todo ha sido real, que está seriamente herida a merced de un intruso en su casa. Como en la mañana reciente, abre los ojos con pesadez pero ahora está atemorizada entre las sombras, mira los pies desnudos de aquel hombre, son unos pies enormes. Él se pone de pie y la toma por el cabello con suavidad, ella no deja de mirar los pies de aquel hombre y comienza a llorar. Le ruega por su vida, suplica que no la lastime más, que hará sumisamente lo que él le pida a cambio de permanecer con vida.

El hombre la toma en sus enormes brazos y la levanta. Aún atada la coloca sobre la cama y se sienta junto a ella por unos minutos balbuceando cosas. La cubre con una sábana y sale de la habitación para volver casi de inmediato con un pan de moras de los que ella acostumbraba a desayunar. Lo coloca en la almohada junto a rostro de Lily. Aterrorizada lo mira y le grita que la libere. Él, en trance, se arroja sobre el pan de moras. Con las manos lo empieza a destrozar, apenas a centímetros de la cara de la Lily. Ella grita intentado quitarse las ataduras y el hombre corre nuevamente al otro lado de la cama para sentarse junto a ella. Le cubre la boca y con murmullos le ordena que se calle. Finalmente, Lily obedece y se queda inmóvil. De su nariz aun brota un poco de sangre que mancha más las manos del hombre.

Algo pasa con el intruso, mira sus manos y con su lengua comienza a limpiarlas, lame con delicadeza sus propios dedos y palmas hasta que quedan impecablemente limpios. Traga toda la sangre que manchaba sus manos, le toma unos minutos hacerlo y cuando termina voltea a ver el cuerpo desnudo de Lily, como si le molestara verla así. Comienza a lamer los pies de ella, continúa por las piernas y muslos, le limpia prolijamente el abdomen y senos de todo rastro de sangre, se esmera especialmente en sus manos y brazos hasta dejarlos húmedos de saliva. Cuando termina de limpiar los pezones se dispone a limpiar la cara de Lily.

Ella está vomitándose en sí misma mientras lo mira lamerle todo el cuerpo. Quiere gritar, pero la debilidad a la que se encuentra sometida se lo impide. Siente la lengua áspera de aquel hombre pasar por todo su rostro recogiendo su propio vómito. No soporta tal repugnancia. Se retuerce a arcadas y se desmaya nuevamente.

Más horas pasan cuando Lily, exhausta, hambrienta, adolorida y sedienta otra vez despierta, está atada más fuertemente, maniatada con sus medias y ropa interior. Poco puede hacer por sí misma. Sus piernas están abiertas y se da cuenta de que el sujeto sigue limpiando con la lengua todo su cuerpo. Esta vez llegó demasiado lejos, el cabello erizado del hombre está entre sus piernas cuando mira hacia esa parte de su cuerpo. Siente cómo aquella lengua asquerosa está en su vulva y todos sus genitales. Intenta moverse e impedirlo sin éxito. El hombre que parece más repuesto de sus lesiones lame con placer y ahínco. Ella, al moverse, le hace saber que ya ha despertado, él se incorpora de un salto y le dice con palabras roncas que guarde silencio, que le explicará todo.

Es la primera vez que pronuncia palabras concretas desde que irrumpió en la habitación. Parece menos animal y más humano. Aún sigue desnudo y Lily no puede evitar notar que ha sido mancillada y él, ese hombre maldito, no tiene excitación alguna, no hay ni rastro de que haya sido así. No sabe el motivo para cometer tal acto tan ruin, está horrorizada. Cuando él se acerca, entre la penumbra de la noche, se observa su miembro viril a veinte o treinta centímetros arriba de su cabeza, intacto. Lo mira de abajo hacia arriba, es un hombre muy alto, parece limpio, sin sangre, pero con varias marcas de la pelea que han tenido por la mañana. En la penumbra de la noche ella puede ahora observar con más detalle a quien la atacó horas antes.

El hombre permanece inmóvil por unos segundos, simplemente observándola. Respira profundamente y se inclina para colocar firmemente sus manos sobre la boca de Lily, le dice suplicante en voz baja:

—Te pido que no grites. Te contaré todo lo que ha pasado, pero debes prometerme que estarás tranquila.

¿Qué más puede pasar?, piensa Lily.

—Lo mejor sería morir y este animal quiere ahora hablar conmigo. Me está llevando a la muerte…

Decide callar, quizá por instinto de supervivencia o por condescendencia.

—No soy lo que parezco. Parezco un hombre, pero no lo soy. De verdad que no lo soy, ni tu tampoco lo eres. No eres humana, o al menos ya no lo eres en parte. Eres la persona de la cual hace muchos años estoy enamorado y obsesionado. Cuando era joven, muy joven, lo primero que vi fuiste tú. Tu cariño y tu bondad me alimentaron durante muchos años. Me acariciabas con paciencia, me alimentaste hasta ser mayor… ¿No lo recuerdas? Nos vimos por primera vez en el jardín que está por la avenida de las fuentes, en el centro de la ciudad. Mi madre me había abandonado al huir de aquellos rufianes, aquellos quienes querían matarla, tuvo que dejarme escondido junto a una noria, y tú me encontraste ahí a punto de morir. Me tomaste en tus manos y yo comencé a lamerlas.

—Estás loco —murmuró Lily —. Yo jamás te he visto en mi vida. No tiene sentido lo que dices. Si me vas a matar hazlo de una vez y no juegues conmigo.

—Sí, lo hiciste. Soy yo quien te ha amado desde aquella vez y quien todos los días espera pacientemente a que vuelvas. Te veo sólo un momento antes de que vayas a dormir, y espero por las mañanas para que despiertes y me quieras, aunque sea un poco. Soy quién recibe las migajas de ese pan que tanto te gusta, y las como porque saben a ti, saben a tu boca y a tus labios. Soy Frank, ahora lo sabes…

—Eso no puede ser. ¿Qué le has hecho a Frank? Eres una bestia…

—Oh, sí que lo soy. Soy Frank. No puedes mirar mi rostro ahora porque he de contarte una historia que te va a sorprender. Pon mucha atención y entenderás.

—Soy un ser especial porque ciertamente mi madre fue una bestia callejera que nunca supo nada de la vida, y no lo supo en el entendimiento inteligente de los humanos. Jamás hubo una seña de inteligencia en ella. En verdad era una bestia, una gata que nació en la calle y murió atrapada en un automóvil una noche fría. Murió destrozada entre las ruedas y bandas de una maquinaria vulgar, nada que lamentar, supongo. Pero yo, esa pequeña criatura abandonada no he muerto. No soy hijo de dos bestias. Mi padre es caprichoso y desconoce las leyes de la naturaleza. Su gusto es exquisito, paradójico y enfermo, se podría decir; lo mismo está hoy disfrutando de los placeres humanos y sus mujeres, y otro día le apetece todo lo que la naturaleza ofrece. Es tan viejo que prácticamente no hay nada que él no haya inseminado en la tierra. Tiene tantos hijos y de tantas especies que él mismo podía crear un nuevo mundo con todos sus hijos, todos con dones heredados directamente desde la fuente del conocimiento; pero, él siempre es caprichoso, debe inventarse nuevas cosas para pasar el inmenso mar del tiempo.

—El don que recibí de mi padre fue el de amar y pensar, pero por su osadía de inseminar lo prohibido estuve encerrado como hijo de una bestia, interpretando y entendiendo el mundo desde esa perspectiva, dominado por instintos primitivos y básicos, pero yo siempre pensante, con sentimientos y emociones humanas que poco a poco se fueron manifestando cada vez más fuerte.

—Te amé tempranamente, antes de que la consciencia superior de mi existencia llegará fulminante. Imposibilitado de tenerte debí conformarme con los mimos y caricias lastimeras que me dabas. Te veía llegar con muchos hombres a casa, y siempre embriagada por el vino terminabas en sus brazos. Odiaba oler su semilla en la casa, en tu habitación, en tus sábanas y en tu ropa interior con la que jugaba. Cuando ninguno de ellos volvió, con dolor te vi llorar durante horas por las noches y sólo podía recostarme junto a ti, esperando que todo pasará pronto. A la mañana siguiente, en tu tristeza, te encerrabas en el baño a tocarte para mitigar tu dolor, a jugar con lo que yo no podía tocar. Podía oler tu humedad desde la puerta, y escuchaba cómo lo que yo quería saborear era lavado bajo la regadera. Era insoportable y bello a la vez.

—Un día me harté de todo eso. Mi parte animal me empujó a salir de la casa una noche que no llegaste, me deje perder por los instintos de mi madre y vague por la ciudad. Las calles son peligrosas y huí a los tejados, me comporte primero como un simple animal y después como un animal en celo, monté mil bestias después de pelear con ellas. Al final lo acepto, no me sació por completo esa parte, ninguna bestia de esas de azotea eras tú. Seguía sin poder probar tu cuerpo ni como hombre ni como bestia. Así, en desesperación, un día atravesando una reja en lo alto de una pared apareció mi padre sentado en la cima. No lo noté acercarse cuando me levanto en sus manos, se rió a carcajadas mientras yo lo mordía y arañaba hasta desgarrar su piel, pero… ¿Qué pueden hacer los dientes de una bestia contra un ser inmortal?

—Por horas me mantuvo atrapado, simplemente riendo, hasta que cansado me di por vencido, justo como tú ahora, y comenzó a hablarme en un lenguaje que sí entendía, lenguaje de aves y de dioses que yo podía entender claramente. Me explico mi origen y su odiosa perversión al engendrarme. Me narró parte a parte cómo sometió a la bestia que fue mi madre y cómo la penetro hasta destrozarla para después reconstruirla en un rito de dolor y maldad. Lo odié hasta el momento en que me ofreció, como a todos sus hijos, una oportunidad de tener lo que yo más quería. Sí, ¿Lo sospechas verdad? Le hablé de ti y de mis años de frustración al verte entre las delicias humanas en las que vivías y que yo sólo soñaba con tener. Nuevamente se rió a carcajadas y cuando pudo controlase solo caminó sin rumbo, se largó de la ciudad por un tiempo.

—Recuerdo cuando volvió, fue una noche de ésas en las que desaparecías… ¿De verdad no se te hizo extrañó que yo, Frank, no envejeciera como las otras bestias?

—Mi padre volvió contigo de la mano esa noche, se metió a tu cama y te hizo suya tal cual lo hizo con mi madre. Lo que yo quería para mí, él lo tomo esa vez y me obligo a mirar. Cuando quedaste dormida él vino a mi rincón y me dijo que te iba a entregar a mí como regalo, pero a su modo. Me dijo que todas las noches, en lugar de hacerme humano, te haría a ti una bestia, una bestia que fuera como yo y que pudiera acompañarme y que pudiera ser mía; te juro que no fue mucho, pero era lo que podía tener, y acepté sin dudarlo. Desde el siguiente día, justo cuando te quedabas dormida, desaparecías de tu cuerpo y te convertías en una bestia como el Frank que tú conoces; pero no apareces aquí, nunca en esta casa, sino que tenía que buscarte por las calles y azoteas cada maldita noche.

—La primera vez recorrí toda la ciudad sin éxito, siempre sospeché que mi padre me seguía y observaba a la distancia. El idiota de mi padre, se divierte a su modo como siempre. Justo ahora sé que nos está observando.

—Cuando te encontré estabas rodeada de bestias, jadeando, gruñendo y peleando. Cuando te cansaste uno a uno te montaron y al final, cuando todos estuvieron satisfechos y tú lo suficientemente cansada para oponerte, llegué y te hice mía. Te monté durante horas. La sensación más sublime que en toda mi vida había tenido. A lo lejos escuchaba las risas de mi padre, siempre las risas de mi padre, por eso sabía que eras tú, él me lo confirmaba con palabras de ave directas a mi mente.

—No siempre fue así, tiempo después me fue más fácil encontrarte cada noche. Te volviste predecible, siempre aparecías en la azotea de un café que está en una plaza del centro de la ciudad, el dueño te dejaba comida y ahí te encontraba. Entre música de la que hacen esos negros te acostumbraste a verme; me dejabas lamer tu cara y lamias tus garras para después frotarlas en mi cuerpo. Yo aprendí a hacer lo mismo. En las madrugadas, cuando te adormilabas, comenzaba a lamer tu sexo y te despertabas sólo para dejarme montarte con lujuria humana, pero tú, maldita sea, tú convertida en bestia… Fui feliz, juro que fui feliz por algunos años, hasta hace poco que otra vez mi padre y sus juegos perversos aparecieron. Se aburrió de verme sobre ti todas las noches, parece que la bondad le molesta y a mí me comienza a molestar de igual modo.

—Me dijo que ahora podría ser humano, que era otro regalo para mí, que tú ya no vivías como humana por mi culpa y que eso era malo para el negocio, así que acepté y heme aquí. Esta mañana algo pasó que desperté a tu lado y cuando te observaba me echaste del baño como siempre, y yo acudí a esperar afuera. Mi padre apareció y sin preguntar nada me dijo que era hora de cumplir su palabra. Le supliqué que lo hiciera de otra manera y no quiso escuchar. De pronto mi cuerpo comenzó a expandirse, a transformarse dolorosamente. Entiéndeme, por favor; jamás había sido humano. No sabía cómo controlar un cuerpo que no es de la bestia tal cual yo había nacido, no pude hacer nada cuando saliste del baño; me heriste y te herí. No me reconoces en mi forma humana y no sabes de ti en tu forma de bestia. Nos hicimos daño y ahora estás ahí a punto de morir.

Pasaron los días y Lily no fue vista más por la ciudad, ni de noche ni de día. Cuando la gente se comenzó a preguntar dónde estaba acudieron a su casa para saber qué le había sucedido. Desde el interior salía un terrible olor a muerte que contrastaba con el olor de los jardines de flores de todas las casas de aquel barrio. Cuando la gente entró a la casa encontraron el cuerpo de Lily; partes de sus manos y pies, en particular los dedos, habían sido devorados, algo los había roído hasta los huesos. Junto al cuerpo de Lily encontraron el cuerpo de un hombre enorme que se había cortado la garganta y entre sus manos estaba el cuerpo destrozado, hecho trizas, el cuerpo de Frank el pequeño gato de Lily.


2 Commentarios

  1. Diana Germán Cisneros

    Sin dudarlo un 10 de 10, los detalles en la narración son deliciosos, la intriga se vuelve excitante conforme avanza la lectura, pareciera ser que estuve en la habitación de Lily, llegué a sentir que percibía el olor del pan de mora incluso el del cuerpo de Frank…

    • Lara Martínez

      La intriga es el primer ingrediente de esta historia.

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