Punto de fuga
El viento había colmado de hojas muertas el camino por el que andaban, de la misma forma en que el peso de los últimos días se le había ido afincando a Daniela como un bulto en el estómago. Ella despejó el suelo frente a sus pies con la vara de un árbol: hizo volar piedritas, polvo, hierba muerta y basura. Quiso imaginar que al mismo tiempo paleaba la sensación de peso en su vientre. Ir desnudando de objetos la tierra le daba la tranquilidad, aunque fuera únicamente quimérica, de ir desmontando a la par la indumentaria de impurezas que traía enroscada en la entraña. Imaginó un vínculo entre el suelo y su cuerpo.
El movimiento de los pies de ambas recordaba el ritmo con el que habían atravesado los años que llevaban de conocerse: alternando periodos de simultaneidad y desfasamiento. El tiempo invertido en cultivar su amistad con Fabiola había bastado para que Daniela perdiera el miedo a mostrar fragilidad, pero no a descubrir sensibilidades nuevas. No le asustaba revelarse desnuda, pero sí tropezarse con componentes inesperados en su desnudez: un grano, un fluido, un olor, una costra, una arruga; cualquier cosa que no hubiera visto antes ella misma. Y como consecuencia de esa obsesión por esquivar lo inesperado, su incipiente vínculo imaginario con la tierra le provocó, sin querer, temor a encontrar algo imprevisto en el suelo desnudo: granos de tierra, costras de tierra, fluidos de tierra, olores de tierra, arrugas de tierra. Entonces con una ligera punzada de preocupación le preguntó a Fabiola:
–¿De dónde salen las hormigas?
Desconcertada por lo repentino de la pregunta, y después de emitir un sonido parecido a una risa, sin llegar a serlo del todo, contestó:
– ¿Y eso?
–Nada más dime.
– No sé, podrían estar en cualquier lugar abajo de la tierra, ¿no?
– Ahí está, pss ese es el problema.
–¿Cuál?
–Saber que están ahí, pero no saber de dónde van a salir, o si van a salir. Un buen zarandeo de hojas como este –y sacudió más la superficie del suelo– podría ser suficiente para hacerlas salir por un lugar que no te esperas.
–¿A las hormigas?
–¿Qué otra cosa?, sí, a ellas. Fíjate.
Entonces, Daniela desplazó violentamente la vara sobre la tierra, creando nubes de polvo alrededor de los pies de ambas.
–Cuando se revuelve con ganas lo que hay aquí encima, las hormigas salen en fila por un agujero, ¿ves? Hay que sacudir las cosas con una vara, los dedos o las uñas. Así, mira, mira. Ve cómo la fila de hormigas que se escapan enseña un agujero. Ese agujero es un punto de fuga.
Las hormigas salían por un orificio del suelo, mientras Fabiola escuchaba a Daniela y se concentraba en seguirlas con la vista, sin terminar de entender la fijación de su amiga por aquellos insectos. Daniela parecía súbitamente comprometida con el significado de sus palabras, y Fabiola sentía que algo estaba diciéndose sin decirse.
–Escucha con atención, Fab. Esta es una cosa rara que he venido imaginando, pero ya verás; sí tiene sentido. Todo territorio, cuando es sometido a la agitación, descubre una marca: un lugar de escape por donde pueda desbordarse lo de adentro. Y ahí está el peligro: no saber cuándo la agitación será lo suficientemente fuerte para provocar un punto de fuga. Ni saber en dónde se va a rebelar ese punto.
Fabiola sintió que habían llegado juntas a un descubrimiento, algo más allá de un agujero en la tierra, pero no supo qué. En un intento por participar también de aquella extraña fijación, le preguntó a su amiga “¿piensas que esta revelación es peligrosa?”. Daniela tampoco conocía todavía los límites de significado a los que la revelación detrás de su metáfora las estaba llevando, y entonces respondió casi sin pensar:
–La otra noche soñé que me salían hormigas del ombligo. Eran del color de éstas, pero más grandes. O no sé, como que las veía de cerca porque les alcanzaba a distinguir hasta los pelitos, y a estas no.
Daniela soltó la vara y se agarró el ombligo, como si se lo tapara, o como si la mención del cuerpo despertara una especie de pudor por él. Las hormigas en el ombligo fueron el tropiezo inesperado de desnudez que Daniela temía encontrar. Fabiola también lo sintió. Por eso apartó la vista no sólo del ombligo, sino también del agujero en el suelo y de las hormigas. Porque sintió que la visión de los insectos en el suelo le revelaba alguna parte de la vida más íntima de su amiga. Y hasta percibió una sensación singular en el contacto de la tierra bajo sus pies, como si trajera algo de Daniela embarrado en la suela del zapato. Tampoco le respondió porque había entendido que la conversación se había situado en un escalón de significado al que ella todavía no había llegado; pero quería comprender, entonces, escuchó.
–La tierra también habla, Fabi, cuando descubres un punto de fuga en la tierra es como si la sorprendieras gritando. A lo mejor mi sueño de las hormigas es la manera que tiene mi cuerpo de gritar por las noches. Una vez conocí a una mujer a la que se le reventó una vena del cuello cuando se calló de las escaleras y se tragó un grito de dolor, una cosa horrible. ¿Ves por dónde voy?, la mujer no gritó, se lo prohibió a sí misma. Es terrible porque se negó la posibilidad del desborde. Pero el cuerpo tiene su propio lenguaje, aunque no grites, su desborde se manifiesta de todas formas, por una vena o por donde sea. Siento que las venas se me desbordan en caudales de hormigas por las noches.
Daniela guardó silencio y se arrodilló sobre el suelo para aproximar su ombligo cuerpo a su ombligo tierra y mirar a las hormigas de cerca. Pero no, de todas formas, no consiguió verles los pelitos como en su sueño. Aun así, siguió prestando atención al movimiento liberado por la cavidad.
–A lo mejor este agujero sí se parece a mi ombligo –le dijo a Fabiola– Puede ser que mis sueños sean un intento del cuerpo por comunicar la agitación, ¿sabes?, quiero decir, ¿me entiendes? Hay algo, una conmoción dentro de la entraña que me revela por las noches animalidades ocultas.
Sin saber qué responder, Fabiola se inclinó con cuidado de no aproximarse demasiado al ombligo tierra. Pero Daniela sí, –ya vi los pelitos– dijo casi echada de panza sobre el suelo, y tomó una piedra grande con los dedos de ambas manos para ponerla encima del agujero. Las hormigas entonces dejaron de salir y Daniela desvió la mirada hacía los ojos de Fabiola para decir:
–El otro día me golpeé tan fuerte el estómago yo misma, que aborté un hormiguero entero, lo supe por las hebras de sangre dibujando caminos rojos entre mis piernas, y porque sentí cómo se me desprendía algo adentro, como que se me moría. Sin querer, o tal vez a propósito, expulsé de debajo de mi carne a esa cosa ajena, antes de que cualquiera hubiera podido haber intuido que estaba creciendo ahí escondida. A veces, para no convertirme en territorio hormiga y poder olvidarme de ellas, tapo con piedras todas las grietas. Porque la Mujer-hormiga no puede salir a caminar por la colonia todas las mañanas y saludarlo a él. Por eso las ahogo, y me ahogo con ellas.
Mientras hablaba, la tierra iba quedando limpia de la presencia de los insectos, pero antes de que desaparecieran los últimos cuerpos, Fabiola sintió que debía hacer algo con la revelación de aquella intimidad. Se arrodilló sobre la tierra, tomó entre sus dedos algunas de las ultimas hormigas, las puso sobre su lengua y las masticó con la boca abierta hasta tragarlas. Algún pesado componente del interior de Daniela se fue filtrando y perdiendo entre las muelas de Fabiola, quien sintió que le iba mordiendo los miedos a su amiga, como en alguna pequeña batalla afectuosa contra el desborde, el silencio y las hormigas.
Daniela se levantó, pero Fabiola se quedó arrodillada un rato más frente a ella, cerca del ombligo tierra, y antes de ponerse en pie, lo sobó con las yemas de los dedos. Ambas se miraron sin hablar, sin embargo, ese nuevo silencio había quedado vacío de incomodidad o miedo. Masticar las hormigas había sido un modo de acompañar y de declararle una iniciativa de guerra a los temores. Fabiola le sonrió a Daniela, y le depositó un beso breve en los labios.
Estudió la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Sus líneas de interés están encaminadas al estudio de la lengua y la literatura, pero también al trabajo de creación literaria. Ha publicado en la revista Tlamatini de la facultad de Humanidades los trabajos “El uso del adverbio negativo interrogativo y la voz en segunda persona como elementos didácticos en una narración de la experiencia” (2024), y “Bases retóricas en la poética esencialista de Gérard Genette” (2020). Participó como ponente en el “Coloquio internacional. Borges interdisciplinario a 100 años de Fervor de Buenos Aires” con el trabajo “La paradoja en El libro de arena de Jorge Luis Borges: una materialización del transfinito” (2023). Escribió cuatro relatos cortos para la antología Noctívagos yoes (2023) Ha hecho múltiples cursos y seminarios en áreas de Lingüística, Teoría literaria y Filosofía, en las facultades de Lenguas y Humanidades de la UAEM.
Me encantó la metáfora del punto de fuga. Probablemente en estos momento me estoy desbordando de hormigas.
En cada etapa de la vida hay un desborde.
Me encanto. Todo el mundo que construyó alrededor de las hormigas es completo, y las pequeñas “crisis existenciales” que muchas veces intentamos explicar, están aquí.
Después de leerlo uno se pregunta dónde está su punto de fuga.