Tortura
Después de todo, el azar jugó a mi favor. Es verdad que llevo cuatro años encarcelado, alimentándome de la esperanza de un juicio público, pero ya nunca más me podrán humillar como lo hicieron. Sé, por otra parte, que ya no me podrán desaparecer, la que se armarían si se atrevieran. Esto consuela pero aviva el deseo de venganza. Hace cuatro años habría concluido mi carrera de ingeniero, había empezado a trabajar y me había decidido a formalizar mi relación con Berta. Fue entonces cuando me cazaron y me quebraron el cuerpo y los sueños. A cambio de mis ilusiones me injertaron el odio, un rencor seco que se me ha metido en el cuerpo como un virus en la sangre.
Si no fuera por el azar no sé si hubieran quemado mi cuerpo, o lo hubieran dejado en la sierra para alimento de los zopilotes. Pero yo tenía una cita con V. V. es un reportero que investiga las violaciones al estado de derecho, un ex cura que se la rifó en Chiapas con la teología de la liberación, al que conocí en una manifestación, nos caímos bien, nos hicimos amigos y un día le conté que formaba parte de un grupo de amigos de la Facultad que habíamos iniciado un círculo de estudios sobre el pensamiento anarquista, que pronto nos dimos cuenta que esto de mandar es inmoral y comenzamos a trabajar por el empoderamiento de las empleadas domésticas en Copilco el alto. V. acabaría convenciéndome de que con mis cuates pasáramos una temporada en Bachajón de Chiapas y comenzamos a trabajar algunos de nosotros en tareas de aprendizaje de la lengua pero, también, de concienciación de los indígenas, pues pensábamos que si no hacían valer sus tradiciones estarían condenados a vivir como esclavos siempre.
Y unas horas antes de que me echaran el guante, yo fui a visitar a V. para contarle todo lo que había aprendido con las gentes de Bachajón, todo lo que me había revelado el conocimiento de aquella lengua sobre las complejidades del ser humano y, en fin, para comunicarle lo bien que lo pasaba instalado en la conciencia creciente que iba que tenía de la existencia como una aventura fabulosa. Y como quedé con él en que comeríamos en un par de días, como no volví a aparecer él se preocupó y, sospechando algo malo, removió cielo y tierra y me salvó, bueno, esto de que me salvó es un decir.
Aquel día espantoso, después de salir de la casa de V. me vino el impulso de ir a CU a ver el partido nocturno de los Pumas. A punto de llegar al estacionamiento del estadio, se me cerró una camioneta al tiempo que otro auto se estrelló contra la salpicadera trasera. Atontado, con una rabia de los mil diablos, me dispuse a enfrentar a unos y a otros cuando dos cabrones me dieron un mazazo y me aventaron en el interior de la camioneta. Un hijo de su puta madre me tapó la boca y otro ató mis manos, me echaron al piso, “ahora vas a ver lo que es bueno, hijo de la chingada”, dijo uno. Me vendaron luego los ojos. No entendía por qué aquella agresión, pero sentí mucho miedo pensando que era cosa de la seguridad del Estado y en México primero se mata y después se averigua. Perdí la conciencia, vaya usted a saber qué me dieron pero sé que pasó tiempo y que recobré el sentido en un cuarto sin ventilación con aquellos tipos esperando delante de mí.
—Por fin despertaste, cabrón. Ora vas a hablar o te vamos a matar.
Es cabrón que te la quiten a los veinte años. Es cabrón que nadie sepa qué pasó contigo. Darte cuenta de repente que de tu vida no habrá más que cimientos, que todo lo que hiciste quedaba truncado, que nunca ya crearías nada.
—Si cantas quiénes fueron los que asaltaron al senador, la libras, cabrón.
Y yo, me cae, no sabía del senador, ni había nunca asaltado a nadie. Con una inocencia que me hace sentir qué pendejo era, les dije eso, que yo no había asaltado a nadie, que no sabía de qué senador hablaba.
—Catrín de mierda, hijo de la gran puta.
Me agarró por el cuello mientras decía a su cómplice, “¿nos lo cogemos, Fer?”, metií mi cabeza en una cubeta de agua fría, no podía respirar, o sí, se me metió el agua en las narices, por la boca se me escapaba el aliento, sentí que era el fin, entonces sacaron m cabeza del agua, me dieron de golpes en la espalda, otra vez al agua, quería llorar pero no podía y otra, y otra, y otra. Luego se avenaron contra la pared, me zafaron los pantalones, me rasgaron la camisa, así encuerado frente a ellos, uno de los cabrone se bajó los pantalones y los calzones, “mámela, hijo de la chingada”, me restregaba la cara contra su verga erecta, sentí náuseas, “ahora vas a gozar, cabrón, mámela hasta que me venga o hasta aquí llegaste, hijo de la chingada”. Sentí que las náuseas me iban a asfixiar. Luego el líquido asqueroso mientras el otro me la metía, y yo gritaba que no había hecho nada, y yo me humillaba diciendo que no había hecho nada y sentía un profundo desprecio por mí mismo, me sentía una mierda, porque no había hecho lo que ellos creían aunque, la verdad, no me habría arrepentido de asaltar a uno de esos miserables que son los culpables de tanta injusticia, así que me hicieron sentir cobarde, acabé de rodillas a los pies de aquellos tipos de mierda.
—Habla, cabrón. Quiénes fueron, queremos todos los nombres.
Me dije que estaba perdido, sí, era el fin, yo no iba a inventar los nombres de nadie aunque en ello me fuera la vida. Insistieron en que soltara nombres, me dieron de puñetazos, me cerraron un ojo y sentí la sangre sobre mi cara.
—Ahí te dejamos, para que lo pienses bien. Mañana volveremos, hijo de la chingada. Otra cogidita, ya verás que te conviene hablar.
Uno de los tipos se acercó, me agarró de las manos, ¿y si te arrancamos las uñas? Vas a sentir lo que es bueno, cabrón. Me dijeron que pronto iba a volver, que habría más de lo mismo.
Cerraron la puerta. No había luz, no había más que una silla, tenía mucho frío. Pensé en ti, Berta, pensé en mamá presentí que era el fin, que aunque la librara, y no veía cómo, me habían clavado un sentimiento de impotencia, de vergüenza de vivir, una carga con la que no podría, la conciencia de que ya nada sería igual. No sé cuántos días pasaron en que los tipos no volvieron y yo allí encerrado, meando y cagando en el piso, aterrado con el menor ruido, con un asco anticipado por lo que en cualquier momento me podrían hacer. Si alguien hubiera dejado en un rincón un cuchillo me la habría quitado yo mismo y en un de pronto me cayó el veinte que de sobrevivir sería horrible tener que vivir.
V. movió cielo y tierra. Ya no hubo otra visita. Me “sanaron”, es un decir, me bañaron y acicalaron, me condenaron por un acto que no cometí. Ahora estoy en una cárcel sin poder ver a nadie. Sí, saldré, pero ya no sé, me cae, si valdría la pena. Espero cargado de odio, el lado oscuro de una esperanza, me habita un odio que no sé cómo se resolverá y tengo un chingo de miedo.
Nació en La Habana, Cuba, el 12 de febrero de 1942. Dramaturgo, narrador y ensayista. Radica en México desde 1957. Estudió Comunicación, Antropología Social y la maestría en Filosofía en la UIA. Profesor de Literatura, Historia de la Cultura y Comunicación Interpersonal; director del Departamento de Comunicación de la UIA; productor y conductor de programas culturales de radio y televisión. Traductor del francés. Su obra Shakespeare y yo se estrenó en 1964. Colaborador de Comunidad, Vuelta, Proceso, La Cultura en México, Diorama de la Cultura, Siempre y Sábado.
Obra publicada
Ensayo: Técnica e identidad, UNAM/Difusión Cultural, Cultura Hoy, 1979. || Cultura y comunicación, Premiá, 1984. || Los 100 mejores libros del Siglo XX, Joaquín Mortiz/Planeta, 1999.
Novela: Caracoles, Joaquín Mortiz, 1975. || Taller de marionetas, Grijalbo, 1978. || El ruedo de incautos, Premiá, 1983. || Si llegamos a diciembre, Premiá, La Red de Jonás, Literatura Mexicana, núm. 28, 1985. || La inclinación, Plaza & Janés, 1986. || Deseo, Joaquín Mortiz, Nueva Narrativa Hispánica, 1989. || Ilusiones tardías, Joaquín Mortiz, 1993. || La francesa del Café Tacuba, Ediciones Coyoacán, Reino Imaginario, 1998. || El poder de la quimera, Aldus, 2003.|| Tres novelas del deseo y de la culpa, FCE, 2004. || Crímenes del crepúsculo, Jus, 2009. || Salomé o el amor de Dios, Jus, 2013. || El calor del invierno, Jus, 2014. || Tú, yo mismo y, acaso, el diablo, E1 Ediciones, 2023.
Teatro: Shakespeare y yo, UNAM, 1986. || La expiación y Shakespeare y yo, UNAM, Textos de Humanidades, 1987. || Salomé o el amor de Dios, Jus, 2004.