Barahúnda

Cimbran los techos con esta tormenta,
Stan Getz se oye tan cerca y distante
Su soplido contrasta con los truenos.
Sudando en la humedad de julio,
percibo mi respiración al filo de dormirme
hasta que no siento mi rostro ni mis manos.
Siento en cambio retumbar el cielo
extraviarme en cálculos de tiempo y de sonido
en cálculos de saxofón y de relámpagos.
¿Cómo soñar sin confundir el gusto y el olfato
si me separa de islote a islote un abandono
y se escabullen uno tras otro los amores?
Pretendí ligar los caminos donde dejé huella con los del sueño
pero son impenetrables.
Del primero, se borra la amargura en una siesta;
del segundo, se disuelven los placeres pestañeando.

¿A dónde debo ir para juntar mis elementos
para aliviarme de esta errancia
y converger en puro entendimiento?
El saxofón de Getz es una lenta oleada que despierta
y la felicidad no es salvación cuando sofoca,
también la pesadumbre ofrenda vida
y el de la sangre hirviendo se acobarda.
Hay quien no distingue entre el metal de Getz y Lester Young,
hay quien sueña con desembarcar en una playa limpia
y echar raíces,
y algunos despiertan a solas empapados
besando a su difunto padre en medio de los sueños
o imaginan que su hermano llega a casa con una luz y redimido,
y hay quien toma una almohada
y la confunde con un culo
y la embiste repetidamente, aún despierto,
bajo el silbido de la noche
de comunión del jazz con la tormenta.

Puerto Juárez

I
Jamás vi arrastrarse al viento a más de 280 kilómetros por hora
como en aquel septiembre que todavía retumba
donde los barcos se paseaban por la acera
y las casas, ya sin techo, bebían del agua.
La hierba dilapidó los autos,
la oscuridad engulló toda luz y todo sueño.

II
Gilberto nació el octavo día del noveno mes
doce años antes de originarse el tercer milenio.
Teníamos la esperanza del sosiego
y que, sigiloso, apaciguara su cólera ondulada.
Pero la presión alta ennegreció la noche.
Gilberto sostenía la furia de la brisa,
bramaba de sus fauces el tornado,
arrojaba sin tregua los postes cabeza abajo.
El agua de su pelo lloraba un canto de tiniebla
secando las palmeras, para después mojarlas nuevamente.

III
Cuando Gilberto sopla, tuerce los metales,
desmenuza los maderos y los frutos,
deja que el agua estancada rebase la altura de los niños.
Ni el calor se siente después de la desdicha.

El sargazo levantó las calles cubiertas de arena
mientras los árboles caían fusilados,
tres soplidos más para que el cielo se hunda.
No bajan las garzas al escombro
tampoco el agua llega desde hace cuatro lunas.

IV
Cuando Gilberto jadea, duerme después del apareo,
pero hay veces que se escucha solo su respiro
y su boca luce quebrada a costa de ulular tanto.

El sol apenas muestra una parte de su rostro:
pescadores que no hallaron tierra u orilla que los sujetara,
hombres que no se despidieron,
cuerpos sepultados que devuelve la marea.

Las calles que quedaron resisten sin sus casas
las casas que quedaron nos miran sin ventanas.

V
Envejecimos en Puerto Juárez
y ahora nos agrietamos como el pavimento.
Aquí nos quedaremos a soportar el hambre,
a proteger la gente que los muros no ampararon.

Perdimos la estufa que partió flotando,
la techumbre de lámina cual papiro.
Gilberto se tragó las avenidas y regurgitó los esqueletos.

VI
Todo lo crea y lo destruye el agua,
todo también la arena,
después de un periodo seco.
El fuego llega donde el mar no pudo
calcinando el medio día,
y el espacio del silencio.
El hogar ahora está lejano,
nos contemplamos como esperando una promesa,
una palabra
o un milagro,
un presente vivo como vuelo de gaviotas,
respirar la calma del océano,
mas amanece lento
y las olas, de a poco, se van apagando.

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