El Gorila

El gorila quería, más que nada,
las botas rojas de Vincent Galo.
Creo que las quería para volver a casa.
(como Dorita)

Nunca le dije que para usarlas
iba a necesitar talones,
para no hacerlo llorar en mi cama. 

Que su estómago infinito y negro
escaldara de cosmos mi lengua,
mientras, mis dedos de tiza,
pintarían murales de colores
en las paredes de su vientre.

Nunca me faltaría espacio.
Todo mundo sabe que las panzas de los gorilas
son más grandes que su pecho
que su hambre…

Y al fin mi troglodita
conocería las cosquillas
y las constelaciones.

El Alce

Cérvido ungulado
y tu huella ungulada en mí
Si no me dejas marcas en la piel

¿Cómo voy a saber de dónde vengo?

Si no me embistes con tus astas
¿Cómo vas a saber quién es el hombre?

Nunca aprendiste a hablar
pero te oía:

Tu balido, berrido,
ronquido, bramido,
como un tañer de campanas
interrumpiendo la madrugada,
ofreciendo tu badajo…


Rumiabas las palabras,

maltratador pasivo,
en vez de a mí,

todo armazón y espinazo
para mis dientes.


Tu corteza helada
tus botas vaqueras
a tus pies, mi piel de cirio hundida,
deliciosamente
hundida
de pezuñas y cornamenta.

Cuando el alce me dio la espalda
me puse a lamerla,
a escribirle:
“no te vayas”
con la lengua.

Su piel dura y fría
por más que mi saliva
quiso ablandarla,

su espalda escarpada,
su espalda litósfera, relieve terrestre,
su espalda…
el sello de mi mordida
donde nunca puede verlo.

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