Relación complicada

Esta ciudad y yo
tenemos una relación complicada.
El bramido de la campana
de su catedral churrigueresca
retumba-tumba-tumba
en el fluir metálico de mis arterias.

El metro y sus callejuelas
transportaron la sal de mis lágrimas
que hace ochocientas semanas
sangró de mis ojos mozuelos la entraña.

En las esquinas del barrio
me aguardan quebrados fantasmas
de un reflejo de espejo pasado
al que hoy no puedo mirar a la cara.

Un sol brillante de marzo
se cuela entre ramas de flores moradas
y pinta en tornasol telarañas
del rincón donde habita mi vida pasada.

Esta ciudad y yo
tenemos una relación complicada.
Pero en mi dermis llevo improntadas
sus gotas grisáceas de lluvia
que muchas tardes lavaron mi cara,
y dos o tres arreboles que enmarcan
sus palacios de mármol y cantera tallada,

y el parque en el que un domingo
encontré a mi perra a-dorada,
y el lienzo de dos volcanes
que a través del ozono nos guardan.

Y lo vibrante de su bandera
en el mástil de un viejo alcázar
que entre sus hilos teje la esencia
de algunos siglos de historias rasgadas.

Un día tomé mi equipaje
y emprendí diez caminos a zonas extrañas
buscando un lugar que pudiera
nombrar con sosiego mi casa.

Creí que huía de las fauces
de esta ciudad complicada
sin aceptar que eran mis sombras
las que furtivamente me ahogaban.

Esta ciudad y yo
tenemos un vínculo extraño.
No puedo llamarla mía,
pero ella me tiene atrapada.

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