Ennoblecer el culo

Lo primero que debemos hacer al despertar, incluso antes que agradecer a Dios por el nuevo día, es acariciarnos el culo. ¿Por qué lo encomiendo?, porque sin él no seríamos nadie. Estamos vivos gracias a sus obras, las cuales no pienso que exagero al asumirlas como beatíficas.

En lo personal, al abrir los ojos de inmediato reconsidero mi culo rosáceo. Lo acaricio como una muestra de respeto y sumisión, pero también de regocijo. Después, llevo mis dedos hacia la nariz para olisquear los resabios de la crema de almizcle con que religiosamente lo humecto en la noche antes de dormir; me gusta descubrir hallazgos de ese olor mezclado con miasmas casi inmateriales de mis entrañas que en ocasiones atufa. 

Mi querido Juan Lamas, quien se presenta a sí mismo como “El del camisón cagado”, alude en sus escritos al señorío y la importancia del culo; refiere que tiene “más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo; mirado bien, es el más perfecto y bien colocado dél, y más favorecido de la naturaleza”. Y asegura lo que ya les he advertido líneas arriba respecto a su imprescindibilidad: “Es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara; por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo ni pasar ni vivir”.

De gracia divina son las noches en que asisto y exploro el ojal con que se abrochan mis nalgas. Comienzo con los dedos, lo reviso a manera de texto con técnica braille; lectura reconfortante para sentidos aneblados, cuya sapiencia excrementicia desvela verdades que enhiestan el espíritu. Una vez palpitante, con sus pliegues a flor de piel, prosigo a observarlo deleitosamente con mi espejo de maquillaje. Es un sol oscuro. Un hoyo negro en la región infinita del espacio tiempo del placer, cuya fuerza de gravedad demanda longitudes y grosores varios que llevan a big bangs lácticos. Hermoso, sin par en su unicidad y poderío sereno.

Amén de sus propiedades voluptuosas y sicalípticas, el culo desface los entuertos de los excesos alimenticios. Expele la materia oscura que el cuerpo no requiere para su funcionamiento correcto; de lo contrario, sin su intervención, moriríamos indefectiblemente de un estallamiento de desechos, bacterias y restos celulares. Encomienda orgánica de vital importancia a la que no pocos filósofos han atendido y revalidado en su pensar profuso:

No hay contento en esta vida

que se pueda comparar

al contento que es cagar.

Y

No hay gusto más descansado

que después de haber cagado.

La potestad del culo es, entonces, inobjetable. Su autoridad e imperio férvido son manifiestos; “el reverendo ojo del culo”, vuelvo a citar al del camisón cagado. Por lo tanto, exhorto a ennoblecerlo no sólo por vía de caricias falangistas, como he descrito, o lancearlo a verga seca, cual embarcación en pos de mares seminales, sino también a comerlo con delectación, previos lengüetazos pueriles en sus “pliegues y molduras, repulgo y dobladillos”, a manera de hostia en eucaristías tan profanas que se tornen sacras.

Ilustración: Luci Gutiérrez
Ilustración: Luci Gutiérrez. Tomada de: https://www.elmundo.es/elmundo/2009/12/14/gentes/1260800172.html

2 Commentarios

  1. Guillermo Torrijos

    Es raro leer de algo común pero tan raro como el ojo de pepe…

    • Lara Martínez

      En esa sensación de extrañeza se asoma lo familiar del texto a la vida cotidiana.

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