Enrocando Versos

Adriana Tafoya es una poeta que ejecuta su estilo con temas poco explorados en la literatura. Respecto a los ajedrecistas que son escritores o poetas, el listado es casi nulo, y podríamos mencionar el caso del mexicano con el renombrado título de Gran Maestro Internacional, el morelense Marcel Sisniega Campbell, que fue director de cine, guionista, periodista y novelista con su obra Eliseo Zapata y la Crónica personal de un torneo de ajedrez.

En Enroque de flanco indistinto (Beyond Dimensions/ed. La Confianza, 2024) la poeta Adriana Tafoya explora Sobre el juego, a través de un verso contundente, que evidencia la naturaleza misma de la probabilidad de la victoria o la derrota: “El juego es la mentira más cercana a la verdad”. Precisamente, la naturaleza de todo juego es la imitación de lo que está presente, es decir, su intención de parodiar a la existencia.

En el poema de la obertura, titulado Medea, insigne figura de la mitología griega quien fuera esposa del argonauta Jasón y una hechicera cuyo conocimiento de hierbas, plantas venenosas, magia y necromancia la ubicaban como una sacerdotisa de la diosa Hécate, modelo para la poeta Adriana Tafoya, quien ha explorado estos temas con un sesgo de equilibrio y feminismo: “transformarte en flor que estalla de pétalos/ y entredormida perfuma con un olor de abismo/ sitiado por tus piernas”.

Medea interactúa con la poesía, el teatro, el cine, por ejemplo, en el maravilloso largometraje del genio del séptimo arte, el director danés Lars von Trier, con un film de 1970 titulado Medea que también refleja imágenes poéticas como en la obertura del poemario Enroque de flanco indistinto, donde hay insinuaciones a la geometría que habita en el tablero de ajedrez de manera sutil: “Cuadros soy Medea”.

El texto que le otorga nombre al poemario, Enroque de flanco indistinto, es en sí una muestra del enigma que existe en este libro, pues hay una alusión directa al ajedrez con el término de “enroque”, juego milenario venido desde la India, según vestigios arqueológicos y heredero de un juego más antiguo llamado Chaturanga. En relación a la dualidad de las blancas y las negras, una constante en este juego, se menciona el “flanco” como ese balance indispensable entre los lados y el principio de dualidad y división como premisa del combate.

En el poema homónimo del libro, la poeta hace descripciones metafóricas de la médula del juego-ciencia, que también podría considerarse como un arte del cálculo y de la estrategia: “Es la tabla donde se conmueve al mundo/ y predispone con cada movimiento/ a las tropas de combate al sismo del acto masivo”. En estos versos, se dispone la esencia bélica del ajedrez, pero, sobre todo, la pugna de las clases, la batalla por la posición y la vida. No existe “juego de mesa” –si a eso podríamos reducir la belleza del ajedrez– que haya causado tanta expectativa en el mundo para conocer a sus campeones que esta maravilla del cálculo y la geometría, donde la inteligencia juega su papel más honorable.

Tan sólo recordar el duelo a muerte entre dos reyes, dos naciones, dos ideologías de USA y Rusia en la guerra fría, Bobby Fisher contra Boris Spassky. Al jugador ruso, precisamente, lo traicionó su humano talón hasta anular “la posibilidad más acertada” por “su traidor interno/fermentado en el mutismo” quien decidió los movimientos psicológicos y estratégicos menos feroces que los de su oponente americano. Fue en ese entonces, cuando la potencia rusa en el ajedrez tuvo su primera caída en la historia. La segunda sería con el cisma del Garry Kasparov en los años noventa al separarse de la federación, y con quien nuestra autora disputó una partida simultánea quedando registrada la interacción entre la literatura y el ajedrez, dignamente representada por una mujer.

En el dualismo que se dispersa en el cosmos para que funcione tal y como lo entendemos, cierra el poema Enroque de flanco indistinto con las siguientes líneas: “el poema blanco y el poema negro/son el mismo verso/universo que captura entre sus líneas/toda la poesía”.

En el apartado titulado: Estudio de ahogado o cuatro formas de tablas hay un epígrafe de Óscar Octavio Culbeaux Santos que sería importante mencionar: “El ajedrez es de gran ayuda desde los seis años para acostumbrar al cerebro a pensar en la elaboración de juicios asertivos de comprobación inmediata”. En este sentido, se trastoca la eficacia del ajedrez en el campo de la pedagogía.

En la prosa poética del texto titulado “Eludir”, hallamos alusiones al ajedrez, a esa distinción de castas, pero, sobre todo, de labores que los estratos sociales nos sugieren: “Solo soy un peón trovador que vive en el obrero”. La poeta provoca el diálogo, permitido siempre a los que ostentan una pluma, con uno de nuestros más grandes maestros de la prosa:

“Usted señor Arreola, que en paz descanse, yo le creo. Al igual que yo, usted amaba el ajedrez, ese juego donde el rey negro levita procurándose la supremacía. Y aunque el blanco en sí sea un hombre, su dignidad se establece en el equilibrio femenino. Yo le creo.”

“También escriben los violentos. Mientras seguiré circulando en el tablón abstracto de oponentes”, escribe la poeta en Barullo. La filosofía del espejo nos recuerda al Marqués de Sade con La Philosophie dans le boudoir ou Les instituteurs immoraux. En este sentido, Enroque de flanco indistinto, muestra una gama de temas entrelazados por el verso y la soltura de su autora para acercarnos desde la poesía a la trama inteligente de las sesenta y cuatro casillas.

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