Franz Kafka: No puedo ni quiero ser otra cosa que Literatura

(Parte 1)

“Parece que no puedo penetrar en el mundo”, escribió Franz Kafka (1883-1924) en su diario, como si fuera una condena (como en uno de sus cuentos, “La condena”: donde un padre condena a muerte a su hijo). Sin embargo, más adelante dice: “pero sí quedarme tranquilamente quieto, recibir, extender en mi interior lo recibido y luego adelantarme…”. Esta reveladora cita del diario de Kafka, del 20 de enero de 1915, aparece en el libro de Reiner Stach, Kafka, Los años de las decisiones, en el que lleva a cabo un amplio estudio cuasi literario-psicoanálitico –minucioso, contextual, de 708 páginas- para armar una importante biografía (existen varias desde diferentes aspectos) sobre este imprescindible autor judío-checo del siglo XX. Se concentra, como el título indica, “en los años de las decisiones” e indecisiones –agrego yo- en el período que va entre 1910 y 1915, cuando F.K. cumplió 32 años de edad.

En este período escribe o concluye “La condena”, La metamorfosis, El proceso, El desaparecido –éste, según mi pesquisa, es América- y muchas cartas y diarios. Stach analiza las cartas que Kafka envió a Felice Bauer, su eterna novia, pero también las que escribió a Grete Bloch (quien medió entre Kafka y Felice durante sus malentendidos y luego se alió a esta última para enjuiciarlo en Berlín), y a su amigo, albacea literario, Max Brod, entre otros, y sus diarios. En estas escrituras se entrecruzan reflexiones sobre su oficio de escribir y su entrega a la literatura. En su obra, Kafka proyecta la fuerza de su mundo interior, al contrario de lo que parecería de su insegura relación, según se interpreta, con el mundo que le rodeaba. Esto es lo que hace importante la biografía de un escritor de su talla. Por cierto, a Grete se le ha señalado, y parece que el primero fue Brod, como la madre del hijo que nunca conoció Kafka. Pero, explica Stach, es improbable que haya sido cierto. No existe ningún testimonio ni documento que lo pruebe. El niño, dice, murió a los siete años.

F.K. tuvo vocación de soltero toda su vida: para él otra forma de condena, excepto al final de cierto modo. Estuvo a punto de casarse con Felice Bauer, pero (inconscientemente o no tanto) tomó una decisión, sin dejar de culparse, de disminuirse, esto lo hacía con frecuencia y era despiadado consigo mismo, llevó las cosas a tal grado que la propia Felice renunció a la promesa de matrimonio. Kafka había luchado por cumplir ese compromiso, quería huir de la soledad y ser “normal”, pero esta huida, según lo analizó él, lo alejaría también de la literatura. Lo cual era inaceptable. Por lo que escribió a Felice: “como no soy otra cosa que Literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa” … Felice no encajaba en esa decisión.

Así que prefirió la soledad y el “absurdo”, según él, de un soltero a dejar sus novelas y cuentos, que estaban tomando una altura insospechada hasta por él mismo. No sabía la importancia que cobraría, naturalmente, después de su muerte temprana. Y no pensaba en fama y dinero. No. Sólo lo dominaba la literatura, no la superficial vanidad. Me viene a la mente la afirmación: “la literatura que se hace para vender, no sirve”, del mexicano contemporáneo nuestro Salvador Elizondo. Kafka no pensaba en convencer a público alguno, explica Stach. Pensaba que sus historias debían publicarse, pero él era su crítico más feroz, y esto hizo que muchas veces se quedara tan solo cerca de las publicaciones. Él no hubiera podido ser de otro siglo, es un reflejo nato, como escritor y quizás como persona, de nuestro tiempo, ahora más que nunca, cien años después.

Kafka comprendió que, desde su posición, no podía poseer las dos fortunas, la literaria y la “vida normal”. Soñaba con salirse de la casa familiar, del dominio del padre, del patriarcado judío, de su ciudad, Praga, que él veía un tanto provinciana frente a la metrópoli-Berlín. En un momento estuvo a punto de alcanzar este anhelo. Robert Musil (ese otro gran escritor) le propuso un empleo editorial en aquella ciudad. Pero… se interpuso el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, en el que su nación, el Imperio Austrohúngaro, junto con Alemania, eran protagonistas.

Sobre Franz Kafka se ha escrito mucho. No significa que ha sido leído y menos con la atención que merece, en general. Lo que me recuerda que el adjetivo “kafquiano” se usa sin ton ni son, lo ha usado hasta el presidente saliente de México. Por otro lado, Kafka está muy lejos de la insignificancia y la vulgaridad de la búsqueda del poder -entiéndase poder económico, político, principalmente.

Condenado a vivir en Praga, y soltero, la justificación que F. K. encontraba para seguir viviendo, era su “trabajo”, como gustaba decir, de escribir ficciones: “Lo único que tengo son unas pocas fuerzas, que se concentran en la Literatura a unas profundidades que no se advierten en un estado normal…”, y proseguía: “la verdadera Literatura viene únicamente de las profundidades, y lo que no tiene sus raíces en ellas es inventado, es mera ‘construcción’”. Por eso, en Kafka, los años de las decisiones, se analizan la sofisticación, profundidad y constancia con las que escribía.

Pese a ello se ve forzado a llevar una vida familiar y “normal”. En aquellos años, en los que se consolidó como funcionario en una compañía de seguros, añoraba el momento de sentarse a leer y escribir. En largas temporadas lo encontró en las noches, dormía en las tardes y trabajaba en las horas nocturnas, muchas veces hasta la madrugada. Necesitaba el silencio y la concentración. Esto aumentaba su peculiaridad ante el mundo. No se acababa de integrar casi nunca.

Klaus Wagenbach publicó en 1958 La juventud de Franz Kafka (imposible de encontrar ahora), donde se ocupó desde el año de su nacimiento hasta 1912. Por lo anterior, se podría tomar el estudio de Reiner Stach como una continuación. Estos libros sobresalen sobre el océano de tesis, estudios, ensayos, etc., que existen sobre F. K. Hay que poner orden y por eso es imprescindible hablar sobre estos libros. Habría que citar, también, El otro proceso de Kafka, de Elías Canetti (Premio Nobel 1981). En éste se discute, y coincide con Stach, sobre qué era lo que oprimía o deprimía a Kafka. No era su padre (que en realidad era como muchos otros), tampoco era la gente de sus entornos, exactamente. Kafka era una víctima de su propia capacidad de entendimiento de las cosas, de sus “limitaciones” (aquí exageraba) y de sus fantasmas personales. El miedo a vivir, a la vida; no a las mujeres, sino miedo a los sentimientos y consecuencias que ellas le propiciaban. Su vana esperanza de separarse de la familia y de Praga, tal vez no era otra cosa que una urgencia de salirse de sí mismo. Pero toda lucha parecía inútil en Kafka. La personal, pero también la colectiva. No, no creía mucho en las guerras, como la Primera Guerra Mundial. Es comprensible que tampoco creyera en la lucha política. Aunque en un momento dado también quiso ser como los demás: al tratar de alistarse en el ejército. No lo logró. En suma, era un escéptico, un observador milimétrico de sí mismo y de lo que le rodeaba. Un extraño, un extranjero en su propia casa y ciudad. “Lo que he logrado no es más que un éxito de la soledad”, escribió en su diario.

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