Gilbert, Sullivan y Grossmith, el humor victoriano
A finales del siglo XIX se vivía la época victoriana en Inglaterra y aunque para unos es sinónimo de solemnidad con doble moral, también hubo humoristas notables. Para muestra están las óperas de Gilbert y Sullivan, o los textos de George Grossmith.
Las óperas escritas por William S. Gilbert (1836 -1911) y musicalizadas por Arthur Sullivan (1842-1900) han sobrevivido por hablar con humor de personajes comunes, con problemáticas comunes (aún con escenarios “exóticos”). La digerible música con letras ocurrentes, bien concordadas y, en muchas ocasiones, con un ritmo de velocidad ascendente, necesitada de un intérprete con una dicción que haga entendible la letra. Su “ópera cómica”, u opereta, se contrapone al formato de las “óperas mayores”. Pero en la época actual, donde la música popular presenta exponentes que con dos frases son escuchados en todo el mundo con ingresos millonarios, clasificar la ópera resulta un ejercicio de archivo.
Un ejemplo de aria veloz es la famosa canción del Mayor General, parte de “Los piratas de Penzance” (1879). Gilbert se divierte a costa de esos Generales británicos que presumían de sabios en todas las áreas posibles, mientras pone a prueba la vocalización del intérprete. En la adaptación mexicana se incluyeron algunos albures aprovechando el ritmo y las rimas originales. “El Mikado”, la más famosa obra de ellos, se adaptó a una guerra de pachucos a pesar de que en la versión original se incluyeron vestuarios copiados de la época feudal japonesa. En “Trial by jury” se pitorrean de abogados y jueces, restándoles solemnidad y evidenciando su codicia. Formatos que después serían referente de Groucho Marx en varios filmes.
El humor de Gilbert va desde los nombres (Yum-Yum se llama el personaje central de “El Mikado”) hasta las situaciones. En su momento se le conocía como el rey del mundo al revés (“Topsy-turvydom”) porque en sus creaciones lo malo es bueno y al revés, las virtudes se critican y los vicios se alaban, etc. De ahí, diría Bergson, la risa es ineludible, al cambiar los referentes morales y sociales del espectador. Además, las composiciones de Sullivan eran sencillas y pegajosas: el público las tarareaba durante y después de la función. 16 obras escritas en conjunto son las que dan fama universal a estos creadores sin par.
Entre los muchos actores que representaron las obras en cita, resalta el inglés George Grossmith (1847-1912) no sólo por sus interpretaciones si no por ser un escritor hasta la fecha publicado con su divertida y aparentemente inofensiva novela “Diario de un don nadie” (1892). Con el formato de las memorias que casi cada día escribe el personaje central, con una sonrisa continua conocemos las peripecias de Charles Pooter, quien nos resulta conocido en la figura del casado que a veces tolera genuinamente los desplantes de su esposa, su hijo y sus amigos, pero que a veces se queda a un instante de la confrontación violenta. Lo mismo le pasa con los pesados compañeros del trabajo. De una forma u otra, todos abusan de él, muchos con franco descaro.
Con el antecedente de haber trabajado con Gilbert y Sullivan y tener toda una personal trayectoria como comediante, cabría esperar un humor más abierto, pero el tino de Grossmith es precisamente lograr la sonrisa y no la carcajada.
Las peripecias cotidianas dejan entrever la sensación de que Pooter sufre porque quiere y entre que es hombre de pocas luces y que busca mantener las apariencias de una sociedad donde las formas son justificación para poner distancia con los demás, normalmente sale mal librado. Con este peculiar “diario” se advierten algunos rasgos de la sociedad victoriana: las clases están más que establecidas y es una dificultad relacionarse con personas más ricas o con ocupaciones “dudosas” como los actores, cantantes, etc.; no obstante, el plomero resulta tener más relaciones con la alta burocracia local, que el despistado Pooter. También se da nota de los formalismos en el vestir con extremos insospechados: qué bastón usar, cuál sombrero combinar, qué color en la ropa es adecuado, etc. Se establecen aspectos laborales como la relación entre empleados y empleadores (una de las trabajadoras domésticas de Pooter se queja porque nunca hay sobras de comida que pueda llevarse a su casa). Se muestra la correspondencia como forma de relacionarse (se avisa cualquier visita o invitación; en contraste, las cartas deben ser bien escritas y “educadas”). Se da nota de las diversiones caseras como cantar en conjunto, representar algunas obras y muchos juegos de mesa, más la facilidad en compartir uno que otro wiskhy o bebidas similares.
Una broma del personaje es usar palabras que tienen un similar fonético para hacer oraciones. Sin ningún asomo de contenido erótico o burlesco, como muchos albures mexicanos, Pooter hace bromas ante su esposa, quien parece ser la única en festejárselas. Juntos buscan aparentar prosperidad, pero con el menor gasto y bajo el pretexto de no gustar de ciertos espectáculos nocturnos, como el hijo, apenas salen de noche. Pero los infortunios menores de Pooter son tan sencillos como simpáticos: se despinta de rojo la bañera que él mismo pintó y al verse entintado piensa que se está desangrando; cuando sale elegante, el recadero lo ensucia y le rasga el frac nuevo; en las tertulias nocturnas, lo golpean al apagar la luz; su hijo se niega a ser visto a su lado, por el sombrero que Pooter ha comprado para la playa, etc.
El humor victoriano sigue funcionando por ser una crónica donde la exposición del funcionamiento social refleja las precarias condiciones laborales, el hoy llamado bullying y la estratificación de clases que apunta a limitar el libre desarrollo de la personalidad. Entre canciones inolvidables, estos creadores nos recuerdan la importancia de la conquista de plasmar en la ley los derechos humanos que no pueden ser limitados, menos ante la burla soterrada del tirano que lo intenta.
(CDMX, 1966). Abogado, escritor y periodista, ha participado en más de 60 libros (novelas, cuentos, teatro, poesía, ensayo, cómic y antología, como autor, prologuista o antologista). Colabora en diarios nacionales desde 1990 (Nacional, Excélsior, Milenio y otros). Actualmente colabora en La Jornada, donde edita y escribe en la sección quincenal “Agenda judicial”. Como editor participa en el Instituto de Posgrado en Derecho, donde edita la colección jurídica, publicada por Lectorum. Ha escrito en revistas nacionales y extranjeras. Sus textos se han publicado en EUA, España, Cuba y Brasil. Uno de sus libros de poesía fue traducido al portugués (“Arena escarlata”) y una de sus novelas al inglés (“La frontera huele a sangre”). Es conferencista en temas jurídicos y literarios en foros de EUA, México y Brasil.
Es autor y productor teatral, ha montado dos obras escritas por él:
“Muerte sólo hay una” (1992, en la ciudad de Oaxaca, Oaxaca), donde actuó); y “Fiacro o el triunfo de la sinrazón” (2016, en Ciudad de México).
Cuenta con más de 35 años de carrera judicial, los últimos 25 como juez federal.
Está en Instagram (ricardoguzmánwolffer; libros_de_ricardo; ricardos_books)y en Spotify con el podcast “literatura y derecho (y más)”, cuyos primeros podcasts fueron publicados en Chile en el libro “Frankenstein para abogados”. Su libro literario más reciente es “Infierno adyacente” (2024, edit. Nigromante) y jurídicos la 2a. edición de “Suplencia de la queja” (2024, edit. Tirant lo blanch) y la 5a. edición de “Los juicios laborales en el juicio de amparo indirecto” (2024, edit. Porrúa).