Ferenc Szilágyi, nacido en Budapest a finales del siglo XIX, escribe La liberación del juez. Esta pequeña historia, escrita en esperanto originalmente, lo que le asegura un lugar especial en la literatura universal, cuenta un día en la vida de un juez. En ello se advierte que los juzgadores pueden ser infieles, pero, también, que su vida privada parece no pertenecer del todo.

La anécdota es sencilla: el juez de 35 años, aburrido por la esposa grosera y por un trabajo judicial que cada tanto le es un poco tedioso, decide salir a pasear a un balneario cercano. En el tren conoce a una joven, platican y bajan a caminar por el campo. En una cabaña de retiro vacía, comen, beben, se divierten y, en un instante, el encuentro sube de tono. Cuando ella parece rendirse a la sexualidad de ambos, la presencia fortuita de un guardián detiene el escarceo y ambos vuelven a tomar el tren, cada uno hacia su destino; él, triste, regresa a su casa con esa mujer que lo maltrata. Es curioso que varios autores, quizás en broma, quizás en revancha contra la figura de autoridad que representa un juez, para hacerlo risible, dan por hecho que hay este binomio juez aburrido-esposa fastidiosa. Leon Tolstoi lo relata en “La muerte de Ivan Ilich”.

Con Szilágyi, el asunto va más allá. El juez sale del juzgado tras organizar la agenda: por un momento se desentiende de todo, incluso intenta jugar con unos niños en la calle, pero se reprime ante la posibilidad de que a alguien le parezca extraño lo que hace el juez, como si siempre debiera ser una figura solemne, como si no pudiera permitírselo un momento de esparcimiento, aquí en compañía infantil. Esto nos remite a la vieja pregunta: ¿una mala persona, sin caer en la ilegalidad, puede ser un buen juez?

El autor evidencia la importancia social del juez y cómo se espera de él que tenga mesura y prudencia hasta para caminar en la calle. La figura de los juzgadores adquiere relevancia, en algunos casos, por ser la última opción social de justicia. El texto destaca la importancia para el juez de su reputación: su figura pública parece estar por encima de todo. Cuando está en el amigable forcejeo con la hermosa mujer y aparece el vigilante, que encarna a una sociedad con leyes por aplicar, el juez se da cuenta de que ni siquiera eso se le puede tolerar por su investidura: él se imagina en los periódicos y su primera sensación es de amargura contra las cadenas de la vida, de desesperanza contra las ataduras que su labor le impone. Entonces, el personaje del juez dice: “la vida es efímera y es injusto ordenar lo efímero como si uno viviera eternamente”. En el instante de falta de control, lo que rompe el sorpresivo vínculo logrado entre el juez y la mujer es esa situación: él debe ser la encarnación misma de todas las leyes y su aplicación la esencia de lo social. No se trata de un relato encaminado a proteger la figura matrimonial ni a alabar la fidelidad conyugal, incluso plantea que la esposa sea la causante real de que el juez no pueda ni siquiera estar en su trabajo.

Szilágyi nos recuerda la importancia social del juez, dentro y fuera del trabajo, pero con un siglo de distancia nos recuerda que las figuras públicas deben ser tratadas de manera distinta en el derecho a la privacidad. Aquí, en el uso de su sexualidad. Si el discurso social requiere de jueces intachables, rectos en todos los ámbitos de su vida, cabría suponer que la idea de una sexualidad adecuada puede variar de acuerdo al país y la época, pero también establece la doble moral social de abogar por la fidelidad matrimonial como sinónimo de la fidelidad a las leyes, con una presunción de que quien traiciona a su pareja, traicionará la obligación de ser honesto en el trabajo judicial.

En la actual globalidad, donde la trata de mujeres y niños necesariamente requiere de un público consumidor, donde en todos los países la prostitución infantil aumenta, donde las mafias trafican con mujeres de un continente a otro, puede establecerse que un juzgador infiel que no caiga en la ilegalidad, que cumpla bien con su trabajo, debería ser una preocupación menor. A menos que las sociedades busquen un chivo expiatorio para señalar a un juez infiel y no a un sistema que gravita alrededor de la delincuencia diversificada en secuestro, prostitución, tortura y desaparición de mujeres y menores.

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