La literatura fantástica y El reflejo de lo invisible

El estudioso francés Tzvetan Todorov (1939-2017), en su Introducción a la literatura fantástica (París, 1970), nos da, entre otras, la siguiente definición de lo fantástico en literatura: “En un mundo que es el nuestro, el que conocemos, sin diablos, sílfides, ni vampiros, se produce un acontecimiento imposible de explicar por las leyes de ese mismo mundo familiar”. Esto es, en nuestro mundo nos asalta una imagen, personaje o hecho que es contrario a aquél. Concluye: “Lo fantástico es la vacilación experimentada (…) frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural”. 

         En este sentido, lo fantástico se ubica un paso más allá de lo que reconocemos como la realidad: nosotros y lo que nos rodea día a día. Pero lo fantástico no siempre es algo aterrador, en tanto que lo sobrenatural nos lleva al terror. Como el miedo que nos infunde el hecho de la muerte, es el terror que sentimos por nuestra propia muerte y, por ende, nuestra desaparición.

         De este modo, el fenómeno fantástico, al llevarnos a otra dimensión de la realidad, nos desestabiliza, porque nos saca del contexto de lo cotidiano. Por esta razón se puede calificar de fantástica a mi novela El reflejo de lo invisible, escrita para el año 2000, pero publicada no comercialmente en 2017. 

         La literatura fantástica es un medio de conocimiento de la otra parte de la realidad. Lo fantástico, desde este punto de vista, no es algo falso; no, es la otra realidad. La fantasía que se queda en el divertimento, suele ser intrascendente, al contrario de lo que consideramos fantástico como género. El peligro es caer en lo caricaturesco, en lo falso, y quedarse allí. 

         No es el caso de los cuentos de Hans Christian Andersen y los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm (s, XIX), ni de los cuentos de Las mil y una noches (s. XIII), de autor anónimo. Tampoco de los vampiros de la historia de la literatura. (No me refiero a las malas películas ni a los disfraces y máscaras de Halloween que no son más que productos para vender.) Con ayuda de estos últimos personajes sui generis desarrollaré mi planteamiento, a pesar de que no toda la literatura fantástica es de vampiros. 

         Fue en 1816 cuando surgió de una reunión de poetas románticos, en una villa suiza convocada por el inglés Lord Byron, la idea de escribir historias de terror. De esta proposición resultaron dos obras fundamentales, Frankenstein, de Mary Schelley, que es más bien de ciencia ficción, y El vampiro, de John Polidori, a quien se considera el iniciador del subgénero: como un aristócrata que es la representación de Satanás y que medra entre las “clases altas” de Londres, aunque dos años antes, en 1814, E. T. A. Hoffmann escribió Vampirismo, publicado en 1828. Pero Polidori fijaría a la criatura, al personaje, que tomaría el nombre de vampiro en su relato, que se publicaría en 1819, aunque por error apareció con la firma de Byron. Luego vendrían otros vampiros, o algo cercano, como en obras de Jan Potocki, Théophile Gautier, Joseph Sheridan Le Fanu, Luigi Capuana. Sin embargo, es hasta la novela Drácula, del irlandés Bram Stoker, publicada en 1897, en Inglaterra, en la que el vampiro cobra la imagen que conoceríamos en el siglo XX, sobre todo en películas (Drácula, de Tod Browing, con el actor Bela Lugosi, 1931; existe una anterior, de Murnau, Nosferatu, el vampiro, 1922, cine mudo, pero es diferente; en México hay un buen filme del tema, El vampiro, de Fernando Méndez, con el actor Germán Robles, de 1957). 

         En los vampiros y el vampirismo están muchos de nuestros terrores y ansiedades ancestrales: el miedo a la muerte que nos hace imaginar que podemos lograr la inmortalidad de una manera espiritual, a veces demoníaca, no puede ser de otra manera. La noche, la soledad, el resentimiento, la venganza, la representación del mal, se opone al orden de la vida y del mundo que aceptamos. Por eso el mal siempre será vencido en esta clase de ficción. Evadimos, así, la realidad que no soportamos del todo.

         Este es el sentido de lo fantástico que me ha interesado: El terror. De ahí que haya escrito con esta técnica la novela La caricia del mal (1998), algunos relatos y cuentos, y luego El reflejo de lo invisible: Novela gótica, fantástica, de la noche, erótica y sensual, sobrenatural y de terror, aunque con un dejo de humor del personaje central para sobrellevar la mediocridad de su vida, de su entorno y su inestabilidad interior.

         El terror, sin la literatura fantástica, no se pudo haber concretado. Desde Horace Walpole, El castillo de Otranto (1764), A. Radcliffe, Los misterios de Udolfo, Matthew G. Lewis, con El monje (1796), William Beckford of Fonthill, con Vathek (1786), Ch. Maturin, Melmoth, el errabundo (1820), H. P. Lovecraft y sus contemporáneos diabólicos que aparecen en la antología Los mitos de Cthulu. En 2017 se celebró a Lovecraft (1890-1937), a éste lo veo interesado en el terror, pero con imaginerías de ciencia ficción y de horror cósmico, alejado de los fantasmas y el satanismo. Como con Henry James, Otra vuelta de tuerca. Prefiero a los vampiros, que son personajes producidos por un planteamiento romántico-gótico del siglo XIX europeo, sobre todo inglés.

         En México citaría a vuelo de pájaro los cuentos de Amparo Dávila; algunos relatos de Carlos Fuentes. A Juan Rulfo creo que nadie lo citaría como autor del género fantástico, pero estoy convencido de que Pedro Páramo no es realismo mágico –no es superficial-, más bien es fantástico sobrenatural, tiene los elementos. Juan José Arreola, y otros autores posteriores, quizás, hemos cultivado el género fantástico, aunque el peligro latente, como lo he referido antes, es quedarse en lo decorativo, el virtuosismo de la imagen, el humor negro, o en la mera repetición del género. En esta materia, hay que recordar a los argentinos Jorge Luis Borges y sus cuentos, antologías (Libro de sueños y su línea “No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror”), y Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel. Tampoco puedo dejar de lado que un escritor tan universal como el praguense Franz Kafka, tenía resoluciones fantásticas (y de humor, al contrario de lo que se cree) como en La metamorforsis. Claro que Kafka trascendía lo fantástico y llegaba a una multiplicidad de significados de toda índole. Y al también praguense Gustav Meyrink, con El Golem

         De tal modo, la fantasía (que todavía no es el género fantástico) aparece en toda la historia de la literatura, aunque en ciertas etapas ha sido más cultivada. Desde los relatos folklóricos, antiguos, míticos, tradicionales, leyendas, en España las novelas de caballerías, en la Nueva España (ahora México), los relatos de fantasmas que surgen de las calles de la ciudad de México hasta el siglo XIX. 

         La división que hace Todorov de “lo maravilloso” y de “lo extraño”, nos facilita el camino hacia lo fantástico propiamente. Lo maravilloso es parte de un orden convencional admitido (Grimm, Andersen). Lo extraño se puede explicar racionalmente (E. A. Poe). Lo fantástico ni se admite ni se explica, ya que impone que el “prodigio sobrenatural” se enfrente a la estabilidad reconocida y aún la niegue y luche contra ella. A esta lucha se le conoce como lo fantástico. Que no pocas veces es la lucha del bien contra el mal desde el punto de vista metafísico, sobrenatural (Drácula, de Bram Stocker; Vampiro, de Polidori).

         Es el momento de señalar la correspondencia que encuentro, sin haberla buscado conscientemente, entre Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, y (con toda proporción guardada) mi novela El reflejo de lo invisible. El polaco Potocki, de origen aristocrático, nació en 1761 y escribió esta obra en los años 1804-1805 en francés; al final, con problemas de salud y en su economía, se “descerrajó” un pistoletazo con una bala de plata (sí, como se mata a los vampiros, aunque ignoro si lo hizo con este sentido legendario), además bendecida, el 20 de noviembre de 1815, a los 54 años. Con su novela Manuscrito encontrado en Zaragoza se identifica ya la corriente fantástica, llena de misterio y muchas veces de terror, pero sin menospreciar la belleza de la vida de la noche, de la imaginación, la sensualidad y el erotismo, el paisaje romántico, la luna llena; en este ambiente surgen los fantasmas de Sierra Morena, y las ventas abandonadas, donde aparecen y desaparecen los fantasmas de unos hermanos ahorcados, hermosas mujeres que se transforman en cadáveres pestilentes y viceversa. Pero no toda la novela es así: en ella también reconocemos a la España de su siglo, es una novela de época, sociológica y costumbrista, y es, para mi gusto, más española que muchas de entre la rica literatura de esta nación hermana. 

       En tanto que El reflejo de lo invisible es una novela de la ciudad de México, en donde ésta se refleja fidedignamente, pero de noche, la ciudad nocturna está viva, como un personaje más, palpita, no se queda de ningún modo como escenario. Todo da comienzo cuando Alfonso Alandalús descubre que su reflejo en la ventana, en horas de la noche por supuesto, en un pequeño departamento de una enorme unidad habitacional, cobra vida propia. Vive solo, es joven y sufre los estragos de la soledad y la frustración de no ver sus anhelos cumplidos por la falta de oportunidades. Es de espíritu independiente y paga un precio alto. Su reflejo y la vida de éste, más emocionante que la de Alfonso mismo, según su propia confesión, es una respuesta romántica a la frustración personal (de él y de muchos jóvenes mexicanos) en los últimos años del siglo XX, cuando ya se perfilaba el siglo XXI.

         Hay que decir que la historia de El reflejo de lo invisible, se desarrolla en el año 2000, cuando se iba a acabar el mundo. Y pudo haberse acabado para Alfonso Alandalús. Si se iba a acabar el mundo, podía pasar cualquier cosa y así ocurre. También es importante advertir que nunca fue la intención escribir una novela siguiendo la huella de la novela de Potocki, lo que sería inútil. A ésta la leí por primera vez en los últimos años de los sesenta. Cuando vi una película misteriosa de un seductor y misterioso ambiente español, con princesas árabes (Túnez), gitanos y ahorcados, de siglos atrás, y le comenté mi hallazgo a Andrés González Pagés. Éste me rebeló que ese film se basaba en la novela de Potocki.

          La correspondencia que vislumbro entre mi novela y la de Potocki es la coincidencia en algunos aspectos, como cierta ambientación romántica, lóbrega, adosada con frecuentes brotes eróticos, sensuales, cada una en su época y lugar, la confusión entre el sueño y la vigilia, y por lo tanto una lucha entre la conciencia y la inconciencia, lo real y lo irreal, apariciones y desapariciones, la muerte en vida. 

         En la presentación de El reflejo de lo invisible, el 11 de agosto de 2017, en un recinto de Bellas Artes, Lazlo Moussong comparó esta novela con el libro La transparencia del mal, Ensayo sobre los fenómenos extremos, del sociólogo y filósofo francés Jean Baudrillard. Aparte de lo alagador de la comparación, se deduce por la cita que El reflejo de lo invisible mantiene en su estructura narrativa varias líneas además de la literaria. Como es el problema del individuo ante la sociedad y sus reglas obedecidas o no.

         La historia se desarrolla tanto en el mundo natural, como en el sobrenatural. Alfonso es un corrector de un periódico nacional cuyo edificio se encuentra en Balderas y Reforma; tiene experiencias sobrenaturales en algunas calles del Centro y en el Zócalo, además de su pequeño departamento en el sur de la ciudad.

         De Manuscrito encontrado en Zaragoza dice Todorov: “Alfonso van Warden (también se llama Alfonso), héroe y narrador del libro, cruza las montañas de Sierra Morena. De pronto, su zagal Mosquito desaparece; horas después, también desaparece su lacayo López”. Más adelante dice acerca de las dos misteriosas y hermosas hermanas que aparecen: “No sabía si eran mujeres o demonios disfrazados de mujer”.

         En El reflejo de lo invisible, el protagonista principal, que igual que el de Manuscrito encontrado en Zaragoza hace la narración en primera persona, con un apellido muy español: Alandalús, vive grandes aventuras que surgen de o a través de las pantallas de las computadoras del periódico donde trabaja dos turnos. Ya es lo que han llamado la “revolución” de la internet. En el periódico, además, da inicio una relación sentimental con una joven traductora, pero a la vez continúa luchando por liberarse de la persecución de otra joven, fuera del periódico, que maneja ciertos conocimientos del ocultismo y que le hace la vida imposible, pero todo por amor. La lucha de los amantes en nuestros días.

         Las cosas se complican cuando a partir de un reportaje del periódico traducido por Marcela, se entera de la existencia de un extraño cibernauta escocés que, con la ayuda de un colega español, pretenden hacerse de un secreto que ellos creen que proviene de los antiguos aztecas, el mismo que los conduciría a la inmortalidad por medio de sacrificios humanos, los corazones ensangrentados y aun la antropofagia prehispánica. Aparecen los aztecas de hace 500 años, porque son los fantasmas de la ciudad de México. Alfonso se ve perseguido y aterrorizado por un ejército de aquellos. Luego, descubre que los locos cibernautas lo habían conocido por las imágenes del reflejo en la ventana de su departamento, que vagaron por la red de redes, que en ese momento todavía no era tan habitual como ahora. Así, también resulta futurista esta historia. El aire cinematográfico que caracteriza la narración es un agregado. Es un interminable viaje en el laberinto de la interioridad del personaje y de su ciudad: un viaje a la profundidad del ser.

         En resumen, las dos mujeres se confunden, aunque una es el mal y la otra el bien, una es la confusión y la otra la claridad. Lo fantástico de El reflejo de lo invisible lo es porque surge de la realidad de todos los días: el vecindario, el periódico, las noticias, el amor que se quiere y el que no se quiere y la lucha con los fantasmas. Tan peligroso es lo real como lo irreal.         Tzvetan Todorov se pregunta respecto a la novela de Potocki: “¿Quién vacila en esta historia? Lo advertimos de inmediato: Alfonso, el héroe, el personaje. Es él quien, a lo largo de la intriga tendrá que optar entre dos interpretaciones”. Líneas adelante concluye: “La vacilación del lector es pues la primera condición de lo fantástico”. Y este análisis podría ayudar para la lectura de El reflejo de lo invisible. 

El reflejo de lo Invisible – Humberto Guzmán

2 Commentarios

  1. Humberto Guzmán

    FELICIDADES MIL
    POR LA PUBLICACIÓN DE LA NUEVA REVISTA “OCA”. QUE TENGAN ÉXITO DE LECTORES.
    Y GRACIAS POR COMPARTIR MI TEXTO SOBRE LITERATURA FANTÁSTICA Y MI NOVELA “EL REFLEJO DE LO INVISIBLE”. HASTA PRONTO. HUMBERTO Guzmán.

    • Lara Martínez

      Esperamos tener la oportunidad de colaborar contigo en futuras ediciones.

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