Herman Melville, nacido en Estados Unidos en el siglo XIX, es famoso por su obra “Moby Dick”, considerada por muchos como la mejor novela estadounidense. “Bartleby el escribiente” es un cuento publicado en 1853 sobre esta parte de la judicatura que es menos visible, pero no menos responsable del estado de juzgados y tribunales.

Herman Melville, nacido en Estados Unidos en el siglo XIX, es famoso por su obra Moby Dick, considerada por muchos como la mejor novela estadounidense. “Bartleby el escribiente” es un cuento publicado en 1853 sobre esta parte de la judicatura que es menos visible, pero no menos responsable del estado de juzgados y tribunales.

Si Moby Dick tiene la figura del capitán Ahab, muestra de la obsesión humana por acabar con el mal en este mundo, según él encarnado en la ballena blanca; en “el escribiente” podemos ver otra obsesión: vivir a costa de la sociedad.

Bartleby es contratado en un juzgado: hay demasiado trabajo y es necesario contratar un tercer escribiente. Al principio trabaja muy bien, se gana la confianza del encargado de la oficina judicial, pero llega el momento en que le piden que haga unas copias, que coteje unos documentos y Bartleby contesta “preferiría no hacerlo”. No se niega ni elude la respuesta, pero se abstiene de trabajar. Esto descontrola a su empleador, pero, ante la premura del trabajo, lo deja pasar. Terrible error. Pronto Bartleby termina por no hacer nada y no sólo “prefiere no trabajar”, y no lo hace, sino que, en una suerte de metáfora, se va apropiando de la oficina: pone un biombo para tener cierta privacidad en esta oficina pública y muestra una parte de la naturaleza humana que es vivir a costa de los demás, en el caso cobrando sin trabajar y absteniéndose de ayudar en cualquier tarea. El empleador, quien se debate por despedirlo, termina por tenerle lástima y decide dejarlo en la oficina donde prácticamente vive. Tarde o temprano el juzgado cambia de inmueble y Bartleby queda ahí como si fuera parte del mobiliario. EL nuevo poseedor, por supuesto, lo pone en la calle. Ya fuera del juzgado, termina en la cárcel porque no hace nada y en la cárcel continúa con su idea de no hacer nada: no participa en los trabajos carcelarios y prácticamente se muere de inanición, perdido en su inamovilidad.

El burócrata abusivo es capaz de todo, incluso dejarse morir, antes que poner algo de su parte para cumplir con la labor encomendada: desea depredar el erario y no le importan las consecuencias, incluso perder la libertad y la vida. Cuando se habla de este tipo de impunidad en la burocracia se parte del supuesto de que ese empleado judicial es inservible, pero que cobrará. Melville explica que, más allá del daño a la sociedad que no recibe el servicio de impartición de justicia como debería ser, estos trabajadores improductivos terminan por recibir en sí mismos el castigo por su abuso. Pasarán de ser inútiles a sentirse inútiles. Es una muerte en vida.

Esta pequeña obra maestra de Herman Melville puede ser ampliada del espectro judicial. En muchos otros trabajos hay personas que hacen todo para no trabajar, para obtener el mayor pago sin poner de su parte; o, simplemente, cobrar sin trabajar para sacarle jugo al empleador.

Los juzgados son una muestra del tipo de sociedad cuyos problemas se resuelven. Los jueces de las dictaduras no son los mismos que los jueces de las democracias. Los jueces que obtienen el cargo por votación tienen un significado distinto a los jueces que llegan a serlo por méritos en un concurso. Sin embargo, los empleados judiciales sí pueden representar a los otros trabajadores: así como hay quienes entregan la vida y la salud en el servicio, hay quienes solamente buscan el dinero fácil que se obtiene sin ningún tipo de esfuerzo. “Preferiría que no hubiera de éstos

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