Frank

Frank

Apabullada todavía por las campanas se acomoda en la orilla del colchón, busca las pantuflas mientras Frank le lame los dedos gordos de sus pies descuidados, arrancándole pequeñas sonrisas. Es indudable que encuentra cierto placer en la lengua del gato. Las paredes decoradas con copias bien hechas de Gauguin están ahí para alegrarle el día y recordarle lo importante que es el buen gusto...
Goma de mascar

Goma de mascar

Sacas el chicle, un pequeño bloque de goma, insignificante, pero sabe a frutas. Masticar el chicle: no me importa si piensas que soy tonta, en lo absoluto. Los primeros momentos son intensos, lo masticas rítmicamente, se vuelve más suave pero estás consciente de que cada masticada te acercará más al final, lo disfrutas, se desvanece el sabor…
Rotadianas

Rotadianas

y ofrecer asiento al hombre o mujer que por simpatía accedan a pasear. Se sabe por estadística que de mil peticiones, una se materializa en un viaje fantástico el que pocos sobreviven cuerdos.
La infidelidad y los jueces

La infidelidad y los jueces

El texto destaca la importancia para el juez de su reputación: su figura pública parece estar por encima de todo. Cuando está en el amigable forcejeo con la hermosa mujer y aparece el vigilante, que encarna a una sociedad con leyes por aplicar, el juez se da cuenta de que ni siquiera eso se le puede tolerar por su investidura: él se imagina en los periódicos y su primera sensación es de amargura contra las cadenas de la vida, de desesperanza contra las ataduras que su labor le impone.
Poemas

Poemas

La puerta giratoria serpenteaba se movía como la luz en el consciente en su cráneo de buey se aguijaba el sacrificio, la bondad y la calma.
El sillón

El sillón

Era imposible que yo pudiese cuidarla en su casa que ahora estaba muy lejos, y aunque no era una persona frágil, sí necesitaba ciertos cuidados. Así que me preparé para una interminable discusión de por qué me debía acompañar, pero mi sorpresa fue que le gustó la idea.
Tortura

Tortura

Pensé en ti, Berta, pensé en mamá presentí que era el fin, que aunque la librara, y no veía cómo, me habían clavado un sentimiento de impotencia, de vergüenza de vivir, una carga con la que no podría, la conciencia de que ya nada sería igual
En el balcón suizo

En el balcón suizo

No pudo evitar sonreír al recordar lo que le inspiró ese hombre al principio, arrepentida ahora de haberlo considerado como los vecinos de la región. Se volvió y encontró su mirada. Al mismo tiempo, alzaron los brazos y se saludaron; apagó su cigarrillo y se metió a su casa.
¡Crack!

¡Crack!

Dicho pensamiento te hace gracia. Los imaginas explotando del culo. La imagen grotesca de la sangre y la mierda volando por el aire es más divertida que repulsiva. Ríes y ríes y ríes. Es una felicidad de la que te sentías incapaz, pero ahora, en medio de la batalla, te invade esa sensación de tranquilidad cálida. Te acomodas y quedas sentado con la espalda recargada en la puerta.